rançoise Pignon era el protagonista de la película La cena de los idiotas (1998). Su idiotez era que construía con cerillas maquetas a escala de construcciones emblemáticas. El caso es que tan sólo han transcurrido algo más de veinte años desde la presentación de aquella producción francesa, que también fue un éxito teatral. De aquel entonces a estas fechas el nivel de lo que hoy en día podemos calificar como imbecilidad ha rebasado muy de largo cualquier tipo de límite mínimamente atisbable. No sería justo tildar de idiota a Françoise Pignon por modelar pequeños edificios con cerillas. Lo podemos contemplar como una afición muy técnica de carácter reposado. Y es que con los parámetros que corren en estos momentos, actitudes y disfrutes como éste pasarían completamente desapercibidos. Unos pocos ejemplos actuales: ¿De qué forma se les podría calificar a quienes se tatúan el globo ocular (eyeball tatoo), a los que se suben a hacerse una foto haciendo el pino a la punta de un rascacielos (roofing o skywalking), a los que repiten la hazaña de bajarse de un coche en marcha para bailar junto a la puerta abierta (In my feelings challenge), a los que aseguran que se puede vivir sin comer (respiracionismo o airivorismo), a quienes se queman tomando el sol para provocarse marcas en la piel (sunburn art), a los que se separan los dientes para que parezcan más naturales (diastema) o a quienes le da por beber agua de mar (terapia marina)? El nombre que adoptan todas estas criaturas no es el de idiotas, no... se denominan a sí mismos influencers, creadores de tendencias o contenidos, youtubers, tiktokers, podcasters e instagramers. Y los que no lo son, hacen méritos para algún día serlo.

Debe quedar claro que tanta nomenclatura no deja de ser literatura para denominar a los idiotas del siglo XXI. Así, sin filtros y en una frase con menos de 280 caracteres. Si antes Françoise Pignon era un rarito por construir una torre Eiffel en miniatura con palitos, ¿qué deberíamos decir de todos estos nuevos especímenes que han superado su legado por goleada? El nivel de la idiotez humana a nivel global ha subido, es obvio. ¿Por qué? Porque las redes sociales han contribuido a acercar y relacionar entre sí a los imbéciles. Pero no nos llevemos a engaño, porque a lo largo de la historia siempre ha habido tontos. Lo que pasa es que Internet los ha reunido y les ha dado el escaparate idóneo para hacer públicas sus tonterías.

Andy Warhol en 1968 señaló: “En el futuro todos serán famosos mundialmente por 15 minutos”. Hoy esa previsión se ha cumplido y se llama viralización. Lo que ocurre es que en pocos casos esa repercusión se da por algún tema relevante o positivo. Resulta más sencillo alcanzar la fama por un vídeo estúpido grabado por idiotas que se regodean en su propia estulticia para que el resto de seguidores (followers) lo consuman. Y aunque la mayoría de nosotros haya hecho el imbécil más de una vez, esa circunstancia no le convierte a uno en idiota per se. Ser imbécil hoy en día es ya una actitud ante la vida y son legión los que cumplen con esa filosofía. Asumámoslo: estamos ante un movimiento imparable. El futbolista Leonardo Bonucci recordó hace un tiempo un proverbio italiano que asegura que “la madre de los idiotas está siempre embarazada” (la madre degli idioti è sempre incinta). Lo vemos cada día; cómo va a más. La idiotez va ganando enteros pasando del ocio y su abuso en los móviles/tabletas/ordenadores a la forma de entender lo que tenemos a nuestro alrededor. Esto no va a parar. Estamos inmersos en una profunda revolución que está cambiando nuestro mundo y nos aboca a una cada vez más profunda estupidez generalizada. Si no se le pone coto a esto a través de la educación y la cultura, lo que nos viene encima va a resultar cualquier cosa menos chistosa. Produce sonrojo escuchar en los medios de comunicación a personajes y personajillos hablar de su verdad, confundiendo los conceptos de realidad y opinión. Se empieza por eso y se acaba siendo un antivacunas, un negacionista o un terraplanista, por ejemplo. Isaac Asimov ya lo advirtió, allá por 1980, al indicar que “existe un culto a la ignorancia que ha ido abriéndose paso a través de nuestra vida política y cultural alimentado la falsa noción de que democracia significa que mi ignorancia es tan válida como tu conocimiento”. Ahí reside el peligro de la Revolución de los Idiotas. No en las chorradas y tonterías que estas personas realizan e imitan, sino en el empuje de una filosofía y un pensamiento tan simples como el mecanismo de un chupete. El peligro de que los tontos del pueblo tomen el poder es cada vez más real. Y es que los imbéciles se reproducen, porque reproducen sus contenidos, reproducen sus eslóganes y discursos simplistas mejor y más rápido que los demás... y ya tienen hasta su propio partido. Si hoy se proyectara una nueva versión de La cena de los idiotas, lo más probable es que Françoise Pignon fuera uno de los lectores de este artículo... el rarito que es capaz de leer un texto como éste, de más de 280 caracteres.

El autor es sociólogo