Hay personas especiales, corazones únicos que cuando laten a nuestro lado, ni siquiera somos conscientes que inundan todo de un aura singular, casi mágica, invisible.Puede ser felicidad, puede ser alegría, puede ser luz o energía; no lo sé, lo que sí sé es que son seres que nos acompañan, nos protegen y nos cuidan. Son nuestros propios ángeles de la guarda.Cuando estamos cerca de ellos, cuando los sentimos a mano, siempre son benevolentes con nuestra falta de tiempo, con nuestro propio egoísmo, nos escuchan y atienden sin pedir nada a cambio, simplemente están ahí. Pero un día, en muchas ocasiones de repente, de modo inesperado, y sorpresivo se marchan.Nos quedamos perdidos, desorientados, huérfanos del cariño silencioso que nos ofrecían. Y es, en ese momento, cuando como podemos, asimilamos su pérdida, su despedida, su adiós y nos quedamos haciendo frente a lo que han dejado incompleto, que es en definitiva seguir guiándonos en este mundo complejo y caótico en el que nos ha tocado vivir. Porque, cuando se van, los que aún estamos nos damos perfecta cuenta de lo maravillosos que son, de todo lo que nos han enseñado, aportado y acompañado. También los sentimos especiales en el día a día, pero es si cabe, con su ausencia, cuando más anhelamos su saber estar, sus consejos, sus miradas o sus abrazos.Entonces, solo nos resta una cosa: recordarlos.