El día 22 de febrero mi madre cumpliría 100 años. Y lo vamos a celebrar en su memoria. Murió a los 95, pero lo vamos a hacer como si hubiera sido ayer. Una mujer que se quedó viuda a los 31 años con cuatro hijos que criar, dar de comer y vestir. Nos sacó adelante a todos a puro trabajar en el barrio de la Chantrea. Se vino del pueblo y trabajó día y noche sin descanso. Por las mañanas, repartía leche a las casas de los desventurados que vinieron a vivir de los pueblos al barrio nuevo de la Chantrea; de Navarra y de otras provincias. Todo el mundo la conocía y ella a todos. Porque les alimentaba de par de mañana. Llegó a ser la lechería de Pamplona que más vendía. Mujer fuerte, valiente y trabajadora. A las mañanas, vendía la leche y a las tardes y noches componía la ropa de sus hijos. Eran otros tiempos. Y fue una de tantas mujeres de la posguerra que se encontró entre el cielo y la tierra con una mano delante, otra detrás y varios hijos que sacar adelante. Cuando se jubiló escribió un libro en la biblioteca con un lápiz y folios en blanco. A varios no les gustó, pero decía verdades como puños, tal vez no oportunas pero ciertas todas y documentadas. Murió con la mente lúcida y una memoria de enciclopedia. Cuando le dijeron que no podía operarle de su mal, le dijo al médico que quería ir a casa. Para moverla en la cama le dije: “Abrazáte a mí para colocarte bien”. Me abrazó y me dijo: “¡Cariño!” Me marché al pueblo a dar una vuelta y la dejé con mis hermanas. Recogí unos lirios para ella y cuando volví ya no estaba. En el cementerio, unas gaitas de las de despertar, sonadas por unas vecinas, la despidieron con honor.