Durante tres años se han incorporado a mi vida personas desconocidas en las que poco o nada me había fijado. A finales de noviembre de 2019 mi familia entró en una residencia. Al principio casi de puntillas. No es situación agradable. Poco a poco fuimos encajando en el pequeño puzzle de La Vaguada, formando parte de esos pasillos, de esas rutinas, de las visitas... Pero sobre todo de las personas. Nuestros mayores se hacen ancianos y mueren en ellas sin que nadie más que las familias se den cuenta. Los tenemos... allí...en un rincón de nuestras vidas, callados para que no rompan nuestro cielo arcoíris, para que no empañen nuestro utópico cristal de realidad.

Y este nuevo libro que fuimos escribiendo lo formaba una trilogía compuesta por habitantes, familias y trabajadoras/es.

Sus habitantes. ¡Personas! ; niños ya algunos de ellos; mujeres y hombres que han reído, luchado, vivido por y para mejorar el futuro que querían legarnos.

Sus familias. Muchas veces perdidas en una vorágine de sentimientos difíciles de sobrellevar.

Y sus trabajadoras. Profesionales que viven su jornada de trabajo por y para ell@s. De las que nos hacemos casi amigas compartiendo dudas y penas.

Doctoras como Ana y Lourdes, con vocación de sanar, escuchar y acompañar... Enfermeras como María, atendiéndola cuantas veces fuese necesario... Auxiliares como Leire, Araceli o Karina... Trabajando con ell@s, ayudándoles a hacer más cómoda su estancia y sus comidas; supliendo carencias con cariño, vacíos con sonrisas... El personal de limpieza, que sin un mal gesto dejaba impoluta su habitación cada mañana...

A todas ellas. A Claudia y Laura; a Lourdes por los bokatas que le subía y sus cafés tan ricos; a Encarni y Yulia; a las nuevas amigas que crearon lazos con ella... 

A tantas y tantos que habéis estado acompañándola y acompañándonos en esta difícil andadura...

De todo corazón... Mila esker!! ¡¡Muchas gracias!!