El populismo es un bien queda. Lo que le gusta al pueblo oír, aunque luego nunca se cumpla. Como le ha ocurrido a la fascista italiana Meloni, más fascista si cabe que su paisano Benito, que se pegó la bravuconada de decir (para compensar la bajada de impuestos grabado en su ideario ultra neoliberal porque no le llegaba la camisa al cuello de tanto bajar impuestos) que iba a cobrar a los bancos el 40% de sus beneficios, y al día siguiente bajaron las bolsas en el mundo. Le llamaron al orden los de la pasta, que son quienes mandan, y ese mismo día echó marcha atrás. Le dijeron: “Chiquilla, ¿a donde coño vas? Y por muy fascista que quieras ser, “a callar y a hacer lo que yo te diga”. Y así fue y será hasta que montemos lo que ellos llaman revolución. Los populistas soviéticos, populistas de libro, se pudrieron, como el pescado, por la cabeza. En teoría todo era de todos. Pero los que vivían como dios eran los jefes en dachas de lujo, mientras los currelas tenían que llevarse a escondidas de las empresas el 30% para poder vivir dignamente. Populismo de verdad: repartir, que hay para todos. Muchísimo más de lo que parece.