Bajo la estimulante experiencia de verse ante un micrófono abierto y dirigirse a una amplia audiencia, un relevante político actual se refirió al Presidente del Gobierno español de forma burda y soez, impropia de alguien que ocupa un cargo como el suyo. Tan estimulante debió de ser la experiencia que, al parafrasear la zafia y tosca expresión previa de un ministro, la lengua le vibró hasta el extremo de desnaturalizar la palabra. Este hecho, que no pasa de mera anécdota, no enmascara la ordinariez de su mensaje. El contenido del pretendido parafraseo puso una vez más de manifiesto que ni la escuela de pago, ni la alta alcurnia, han sido suficientes para implantar en el pseudopolítico los mimbres necesarios para alcanzar la talla exigida para el puesto que ocupa. A falta de recursos inteligentes, dio por buena la gracieta para arrancar el vitoreo de los suyos.

Día sí y día también demasiados políticos nos brindan escenas en las que alardean de su escasa educación y descuido de las más básicas formas cívicas. Hace ya un tiempo que lo cutre se ha alojado en el campo de la política y, por lo que se ve, va echando raíces. No sé si por mimetización con el ambiente cloacal que se respira en las redes sociales, lo cierto es que las malas formas están de moda y aquellos tiempos en los que la consideración a la persona estaba por encima de las posturas ideológicas, han pasado a mejor vida. Para muchos todo esto será pura banalidad, sin embargo, detesto que nuestros bien remunerados representantes públicos exhiban semejantes actitudes en el ejercicio de sus funciones. No solo se desconsideran entre ellos, también lo hacen hacia la ciudadanía e instituciones.