Hay un abismo entre los niños de ahora y los de mi generación. A su edad la tecnología no nos robó la infancia de las canicas, el escondite, el tres navíos, el marro y el pri. Sin móviles nuestra ingenua adolescencia tampoco escaló lo prohibido ni nos hicimos adultos antes de tiempo. Hoy los niños no entenderían a Paco Ibáñez si cantase los versos de Alberti: "Se equivocó la paloma... Creyó que el trigo era el mar...." porque ya no existe aquel trigo de tallo alto que bailaba con elasticidad de junco al ritmo del aire que lo mecía.

En aquellos tiempos los campos de trigo eran el mar. He visto los trigales ondear como banderas. Les crecían las olas como si fuesen una broma. De haber tenido una barca no habría entendido que no hubiésemos intentado meterla en mitad del trigal y no sólo por hacer una travesura.

El caso es que para conseguir la mejor harina y la máxima rentabilidad empezaron ya entonces a mezclar los trigos primero y más tarde los genes. Así obtuvieron un trigo de tallo más corto que ya no sabía bailar. El viento dejó de jugar con los trigales y hasta los viejos les hemos dado la espalda porque ya no son mares de hipnotizar.

Las generaciones vuelven, tienen ciclos, como las crisis, las modas, los astros, el arte, los relojes... En el siglo XV los pintores decoraban las capillas del ábside de las catedrales con figuras de delimitación lineal y sombreado muy oscuro que destacaba sobremanera contra el fondo de pan de oro, y así conseguían el máximo contraste de tono y color cuando la luz les daba con un ángulo determinado. Al caminar en torno al ábside, que es semicircular, la luz variaba y con ella el contraste, y ese truco hacía que las figuras sobresaliesen como si quisieran estar vivas un instante, como si el trigo fuese el mar.

Algún crítico dijo que hacían esas pinturas, que parecen tridimensionales, porque era más barato que tallar. No imaginó su misión mágica y milagrosa. Cuando cinco siglos más tarde aparecieron Jesús Rafael Soto y el Op-Art, se detectó un encantamiento muy similar: Si caminas mientras miras su obra, ese movimiento tuyo le afecta a ella, que está inmóvil, y vibran en tu vista contrastes planificados por el artista haciéndote cosquillas en tu curiosidad. Es la misma habilidad que utiliza la Tierra cuando rota. Su movimiento afecta al Sol, parado en el cielo, engañando al ser humano como si fuésemos una paloma desorientada. Es un trayecto que no existe más que en nuestros ojos. Lo mismo resulta que la vida que vivimos tampoco es nuestra.