Un recuerdo que tengo grabado de mi infancia es el de abrir la puerta y gritar: “ama, el de los muertos”. De manera regular, cada mes, llamaba a la puerta el cobrador del seguro de decesos. Mis padres han pagado más de 50 años un seguro para que, cuando murieran, tuvieran todo pagado y fácil. Pero llegado el momento, lo de fácil no es para nada. Cómo es posible qué en un momento de dolor, que no estás para nada más que para sentir la pérdida, los seguros de muertos lo pongan tan difícil y se pasen de uno a otro el muerto (nunca mejor dicho).
Porque si falleces en un viaje, aunque tenga un seguro incorporado, la tarjeta con la que has pagado también lo tenga y uno mismo tenga además un seguro particular, se pasan las gestiones de uno a otro sin resolver el problema y generando una angustia añadida en los familiares del fallecido. Me gustaría que, en esta situación tan complicada y dolorosa, se pudiera llamar a cualquiera de los múltiples seguros que están disponibles, y me dijeran: “no se preocupe, nos encargamos de todo”. Eso respondería a lemas como “la tranquilidad de tener todo previsto”, “seguros que acompañan, pase lo que pase”. Pero claro, sólo es marketing, eslóganes para vender.