Son las 10 de la noche, en el exterior el mercurio marca 35º. Espero para abrir las ventanas.
Mi cuerpo a las 12 de la noche pide descanso. No miro el termómetro, abro las ventanas recibiendo un golpe del calor exterior. Adapto mi cuerpo a la nueva situación, consiguiendo poder dormir. A las 2 de la madrugada me despierto sudoroso y pegajoso. El mercurio ha pasado su factura. Un aseo rápido es necesario para refrescar el organismo, así como la ingesta de varios vasos de agua. Vuelvo a la cama, aprovechando una suave brisa que acaricia mi cuerpo llevándome a los brazos de Morfeo. Nuevo asalto a las 5. De nuevo los efectos climáticos se manifiestan en el organismo. Repetición del asalto anterior, pero con una calma chicha que impide conciliar el sueño. La relajación se impone. A las 7, con la luz del día iluminando el dormitorio, me despierto precisando nuevamente refrescar el interior y el exterior de mi organismo.
Son los asaltos de una noche de tantas que quedan por venir en este verano, que de nuevo hace sus estragos sin piedad para el descanso que tanto necesitamos los seres humanos. ¿Cuántos años de combate nos quedan por delante en los estíos que cada vez son más infierno que bienestar?