En un lugar de Navarra de cuyo nombre no quiero acordarme, como si de una novela se tratase, la pasada semana un pueblo entero se dirigió a su ayuntamiento para presenciar y participar en un pleno, pero por encima de todo ello, buscar explicaciones y una solución. Visto desde la propia clase política quizás imaginen una muchedumbre con antorchas, las caras tapadas y actuando bajo un sinsentido general. Sin embargo, en lugar de rabia, encontraron mesura; en lugar de caos, encontraron muchísima cordura; en lugar de desafiantes, ganas de dialogar; en lugar de odio, amor por su pueblo; en lugar de criminalizar, ánimo de esclarecer los hechos.

Sin embargo, desde el otro lado, donde se sienta el pueblo, éste observó todo lo contrario. Parece que las actitudes de arrogancia, pasotismo, elusión de explicaciones o incluso dar la razón “como al tonto del pueblo” para buscar calmar los ánimos… llegan desde el epicentro de la política en nuestro país hasta los lugares más remotos de nuestra geografía navarra. Parece sacado de los mejores libros, pero los y las habitantes tuvieron que pestañear dos veces para ver si eso era real, si su vecino o vecina que lo representa es capaz de mantener esas actitudes.

Sinceramente, cuando un pueblo se levanta, significa que algo se está haciendo mal, que algo puede mejorarse y que el final del cuento que estamos buscando no sea que las perdices se las coman los de siempre. Porque sí, así es, las perdices se las siguen comiendo los mismos que, sentados desde un cómodo sillón, velan por sus intereses y no por los del bien común.

Ahora que se acerca el final creo que todo esto que he contado no es ningún sueño, sino algo muy real, vivido y sentido por un pueblo en el que “no somos los tontos del pueblo”. Escrito desde un lugar de Tierra Estella de cuyo nombre no quiero acordarme.