Después de verla la última vez que estuvo en Pamplona, intentamos en vano repetir el movimiento: pegados los codos a los costados, los elevaba lentamente para llevar abiertas las manos a la nuca y comprobar la fijación de las dos peinetas identitarias. ¡Qué elegante era! Decía que no se reconocía del todo cuando la calificaban de gran señora de la canción pero que prefería ser conocida así que como una tía ordinaria que canta. Buen viaje, María Dolores, llevo días y más que voy a pasar contigo de banda sonora.

La audición alterna con otro disfrute, la última novela de Fred Vargas, Cuando sale la reclusa, de la serie del comisario Adamsberg, Jean Baptiste, un bearnés que practica la asociación libre para estupefacción de sus compañeros y superiores y en los peores momentos reitera peligrosamente un potaje de berza y patatas con txungur para cenar. Un tío con una pedrada importante al que Holmes, Poirot y Marlowe mirarían por encima del hombro. Elegante también a su manera y paradójico. La intensidad de sus nudos psíquicos y vitales, una aparente debilidad, constituye su fortaleza y su equipo no se queda atrás: un adicto al conocimiento y al vino blanco, un narcoléptico, una obsesionada por las provisiones que atesora comida en la comisaría, una teniente como una diosa protectora de fuerza sobrehumana, un versificador tirando a bastante malo, un asimplado que prepara un café espléndido y que para tranquilidad del resto hace las preguntas que nadie haría en voz alta? Y así, uno tras otro, los miembros de la brigada encajan unos en otros como en un puzle las facetas sobresalientes de sus perfiles y las zonas de sombra o vacío. Una visión de la fragilidad contemporánea y de las posibilidades de la interdependencia, de establecer conexiones potenciadoras, de funcionar amarraditos.