En una tienda con más de 7.000 disfraces –o de múltiples identidades– ubicada en la calle Abejeras número 6, se esconden las historias de vida de muchos de los clientes que han recorrido sus estantes y pasillos en busca de las prendas y complementos perfectos para sus ocasiones especiales –como Halloween, Carnavales, despedidas de soltero, Navidad o Año Nuevo–. Pero también se conservan los recuerdos de Koldo Nava Vicente (Pamplona, 1960), el hombre que inauguró La Máscara, una emblemática tienda de disfraces en Pamplona, hace 35 años con inocencia e ilusión. Y sin saber todavía que, con un poco de chapa, pintura y unos cuantos accesorios, transformaría un diminuto local que se encontraba junto al negocio de sus padres en el sueño de toda una vida.

Hasta los 30 años, Koldo probó todo tipo de empleos: trabajó como representante, en una ferretería, como carnicero, quiso ser futbolista y ayudó en el negocio familiar, que estaba contiguo a lo que sería su futuro local. “Ellos estuvieron durante muchos años llevando un bazar en el que se vendían periódicos, revistas y chucherías. Un día se me ocurrió añadir en el escaparate algún que otro disfraz y funcionó muy bien”, relata. Entre tanto, se cerró la carnicería más próxima al local y Koldo decidió tomar las riendas del establecimiento y continuar durante un año con la carnicería. No obstante, como no era algo que le llenara, recordó aquellos disfraces que se vendieron como la espuma y fue entonces cuando nació La Máscara. De hecho, cuando sus padres se jubilaron, él cogió el establecimiento y lo reformó para hacer más grande su tienda de disfraces en Pamplona. “Siempre he sido muy tenaz. Cuando quiero algo, voy a por ello. Sin muchos recursos, cambié el suelo, reformé todo el espacio y lo llené con disfraces, complementos –contaba con una costurera que confeccionaba algunas prendas, pero otros eran comprados a fabricantes– y algunos objetos navideños”, cuenta.

Profesional de los disfraces

Koldo, rodeado de las máscaras que se venden en su local. Iban Aguinaga

Durante casi cuatro décadas, Koldo se ha adaptado a todos los cambios sociales y tecnológicos: desde el paso de la peseta al euro hasta la llegada de internet y el auge de las compras en grandes plataformas como Amazon. Por ello, las largas colas menguaron, pero se quedaron los clientes más fieles, los de toda la vida. Y también los nuevos que llegan, prueban y se quedan. Para no quedarse atrás, viajó mucho –asistió a numerosas ferias y visitó China– con el objetivo de aprender cómo mejorar su negocio en relación con proveedores y métodos de venta. “Se podría decir que me he convertido en un profesional de los disfraces”, menciona entre risas, y añade que tantos años dedicados a esta empresa han hecho de La Máscara “el trabajo de mi vida”.

Esa especialización es lo que ha permitido que su tienda siga activa a pesar de los retos del avance tecnológico. Además de poder probarse los disfraces en el momento, los clientes también reciben recomendaciones personalizadas, aunque muchos ya vienen con las ideas claras. Algunos buscan un disfraz clásico –como indios, vaqueros o piratas– y otros, atuendos inspirados en series de éxito como La Casa de Papel o El Juego del Calamar, que se vendieron durante los picos de popularidad de estas ficciones.

Una tienda de recuerdos y comunidad

Koldo ha conocido las historias de vida de muchas personas que han pasado por su local. “La Máscara es, ante todo, una tienda de recuerdos, de infancia y de vida. En 35 años he visto a jóvenes que venían a buscar algo con lo que disfrazarse con su cuadrilla y que después se han acercado con su mujer y con sus hijos. Y también he hablado con mucha gente que ya no está. Guardaré siempre en la memoria estos recuerdos, pero no es comparable con haberlo vivido”, se emociona.

Por eso, La Máscara oscila entre la apariencia de un negocio que ha perdurado más allá del tiempo y una caja de recuerdos, de la que Koldo, ahora con 65 años, debe desprenderse, a pesar del amor que le profesa. “Llevar una tienda conlleva bastante jaleo y ya tengo ganas de estar tranquilo. No obstante, me gustaría que La Máscara se conservara –y no solo a mí, hay mucha gente que me lo dice, sobre todo los que viven en la calle Abejeras– porque es uno de los negocios míticos de Pamplona”, expresa. Y porque los recuerdos que se esconden tras los disfraces deben continuar resguardados en aquel local que comenzó hace 35 años.