la cumbre climática de Madrid/Chile ha finalizado, y quienes la hemos seguido con interés, desde fuera, leyendo a quienes estaban, valorando los documentos que intentaban consensuarse, los fracasos constantes de convencer a quien tiene el poder (y también el económico) de que hay que actuar cuanto antes, sentimos que una vez más se pospone la acción para el año que viene, en Glasgow en la COP26, que todo es un nuevo “vuelva usted mañana” a la evidencia de la ciencia climática, a los testimonios y proyecciones de las organizaciones que trabajan para paliar los efectos nocivos que ya estamos teniendo. Un nueva oportunidad en Escocia, pero ya nos quedan pocas oportunidades en las que regalarnos una injustificada moratoria. Ese dejarlo para septiembre constante es inquietante: deja a la responsabilidad de los estados (y la inacción de quienes se lucran con el sistema económico actual) el ir avanzando con buen rollo. Pero no se puede liderar un cambio económico y social sin un consenso internacional, sin asumir que París fue una buena idea pero que hay que ajustar criterios más estrictos, cuando menos cumplir los compromisos que todos han dejado para la próxima reválida.

Es bastante desesperante, pero más porque esto no suscita acciones ciudadanas de protesta para gobiernos que miran a otro lado. Salvo en los más jóvenes, que una vez más nos muestran que los adultos somos mucho más mezquinos de lo que se merecen las nuevas generaciones. Nada va a cambiar, en el discurso social estamos en otros ámbitos, con una ultraderecha rampante y asquerosa, cuyas mentiras también contaminan cualquier viso de acción por el futuro. Los congresistas hablan de “decepción”, que las cosas van justo en sentido contrario al necesario. Nos queda actuar, día a día, hasta Glasgow.