Llevo viendo atletismo desde que tengo memoria. Eso es los Campeonatos de Europa de 1982, aunque ya vi algo de Moscú’80. Me he tragado todas las citas importantes desde entonces y cientos de crosses, reuniones y maratones. Soy el clásico y habitual enfermo del para mí y junto con el ciclismo deporte por excelencia. Por eso me da miedo cuando se habla tanto y se realza tanto a atletas tremendamente jóvenes que antes de cumplir los 18 ya están en la elite nacional y mundial de su edad. Hablo, por mostrar los ejemplos más recientes, de la penta y heptatleta María Vicente, de 17 años y ya plusmarquista nacional bajo techo, y de la cuatrocentista Salma Paralluelo, de solo 15 años, bronce absoluto la semana pasada. En el caso de Vicente, ya ha ocupado portadas, halagos, expectativas y adjetivos para enterrar a cualquiera. En el caso de Paralluelo, que además es campeona mundial sub-17 de fútbol, está empezando a sucederle. Eso en sí mismo no es malo, puesto que nadie deja de progresar por brillar antes de lo normal, pero sí cuando va acompañado de un exceso de expectativas, tanto de los medios como de los aficionados, que sitúa en los hombros de los atletas una presión desmesurada. Hace unos días, los comentaristas de TVE comparaban las marcas de Vicente con las de las tres mejores heptatletas de la Hª. Eso no es hacer nada, pero es una idiotez periodística, muy habitual por otra parte, pero que va sembrando. Vicente está muy lejos de eso. ¿Puede que algún día llegue ahí? Puede, como puede quedarse cerca, bastante lejos o progresar desde ahora muy poco. Hay que ser muy fuerte para aguantar no acabar siendo Jackie Joyner cuando llevas media vida oyendo que eres Jackie Joyner. La experiencia nos recuerda centenares de atletas que a partir de los 20-22 años no progresaron más. Algunos y algunas incluso se frenaron antes. Pero a la maquinaria mediática no le preocupa.