La semana pasada detuvieron en Pamplona al conductor de una bicicleta, le hicieron la prueba de la alcoholemia y, como dio positiva, le impusieron una multa. Al día siguiente, en Sunbilla, pararon al conductor de un camión, le hicieron prueba de detección de consumo de drogas y, como dio positiva, le impusieron una multa. El ciclista tendrá que pagar 1.000 euros. El camionero tendrá que pagar 1.000 euros. Como decía el mítico Buruaga en la noche de los tiempos al finalizar los telediarios que presentaba: así son las cosas y así se las hemos contado. Es muy obvio que un ciclista con una buena tajada encima puede resultar peligroso para sí mismo, para el tráfico si circula por carretera y para otros ciclistas y viandantes si lo hace por aceras o carriles bici. Imponerle una multa no está mal, seguro que la siguiente vez se lo piensa mejor antes de quitarle el candado a la bici si se ha tomado unos potes. Lo alucinante es que el importe de esa multa sea el mismo que el que recibe una persona que maneja una máquina de varias toneladas de peso, cargada hasta los topes de mercancías -llevaba 31.000 kilos en piezas-, que consume sustancias que pueden afectar a su conducción y que fruto de esa afección puede estampar esas decenas de miles de kilos contra vehículos, decenas de personas que tomen algo en la terraza de un bar o esperen para cruzar un paso de cebra o montones de situaciones con un alto -e hipotético- número de víctimas. ¿En qué cabeza cabe que desde el punto de vista económico se sancione con igual cifra a un delito que puede acabar en una masacre y a otro que tiene infinitas menos posibilidades de terminar en algo luctuoso? ¿Quién diseña esto, a cuento de qué esto es así, qué defensa y argumentación tiene esta desproporción tan insultante? Sale baratísimo ir de mierda hasta arriba conduciendo una máquina letal. Y así sí que son las cosas.