l 23 de agosto, después de subir a Erondoa, bajé a Garralda y me metí en el bar a comer. Me puse pegado a una ventana, la abrí y me bajaba la mascarilla solo para lo necesario. Quizás estaba exagerando, no sé, pero ni tenía ni tengo ganas de cogerme un bicho que, como mínimo, me va a dejar 10 días en casa. Aunque solo sea porque recuerdo con horror esos días en los que había toque de queda. Esta comida es la única vez que he pasado en un interior cerrado más de 5 minutos teniendo que bajarme la mascarilla. Desde marzo. Esto mismo lo han hecho miles de personas -millones- y otras millones, en cambio, no. Todos tenemos derecho a elegir cómo convivir con esto y por supuesto -yo al menos sí- todas queremos lo mejor para la economía que se genera en todos los lugares cerrados que hay en nuestra sociedad, sean bares, restaurantes, transporte público, gimnasios, tiendas pequeñas, grandes, etc, etc, etc. Creo que a estas alturas de la jugada conocemos cómo funciona el virus tanto en interiores como en exteriores y ya sabemos en qué situaciones corremos más riesgo. Por supuesto, donde más, en casa, ya que es donde más rato estamos. Si a nuestra casa llegan personas con las que no hemos convivido y, nada más llegar, fuera mascarillas y distancia la opción de peligro es obvia. El tema es que es complejo legislar esto: prohibido que entre en sus casas 15 días nadie que no sea conviviente. Pero, oye, ahí está. Y luego tenemos los espacios cerrados: trabajos, ocio, etc. Si en esos lugares nos quitamos por lo que sea la mascarilla, también la opción de peligro es obvia. Hay sectores por desgracia que entran dentro de estos supuestos y que, por muy bien que lo hagan, tienen más boletos para comerse restricciones. Estamos en una pandemia. El virus donde más ataca es en sitios cerrados, sin ventilar y sin protección. Igual con algo de cuidado ayudamos más a que esto pase mejor.