s fascinante el proceso mental por el cual parte de la sociedad cree que futbolistas, tenistas, ciclistas, nadadores, atletas, músicos, actores, escritores, quien sea, tiene que ser, amén de bueno en su profesión, una bellísima persona fuera de ella, sin tacha o casi y, como se suele decir, "ejemplo para los niños". Debe de venir en el contrato: tú gana el Tour y además ejemplo para los niños, ¡eh! En primer lugar, habrá que reconocer que a los dioses y a las diosas los elevamos a los altares porque son excelsos en lo suyo. No elevamos a las buenas personas justicas en lo suyo. Nadie se acuerda salvo tres de Thierry Bourgignon, del que dicen que era una bellísima persona. Pero un ciclista del montón. Te acuerdas de Merckx, de Indurain, de Hinault, de los que intuyes cosas, pero de los que no puedes saber si son buenas personas o no. Parece que sí, pero eso lo saben sus más allegados, ¿no? Maradona, por ejemplo. Un enfermo, un adicto, desde los 24 años: drogas, alcohol, etc. "No soy ni quiero ser ejemplo de nada", dijo. Claro, ¿Por qué cargar con eso, por qué usted quiere que ese señor que mete goles sea ejemplo cuando sale del terreno? No, no, coño, búsquese los ejemplos más cerca, mírese en su interior, no le hacen falta esos ejemplos. O si le hacen falta, hay muchos. O invénteselos, pero no exija a los genios que sean perfectos. Todos los errores de Maradona no borran uno solo de sus segundos en la cancha y todos los segundos en la cancha no perdonan uno solo de sus errores, tropelías o desmanes. Elogiar una cosa no es blanquear la otra, denunciar la segunda no es ocultar la primera. Mia Farrow no deja de ser una actriz maravillosa por el hecho de que sea una acosadora de niños y niñas que encima son sus hijas e hijos adoptados. Ejemplos como estos hay a miles. La bondad es fantástica. Exigirla o afear su no existencia en los demás es una podredumbre.