ada vez que miro el calendario y compruebo que ya estamos a mitad de abril y que el alcalde de esta aldea que concentra al 0,002% de la población mundial aún no ha suspendido oficialmente los festejos municipales que suelen tener lugar entre el 6 y el 14 de julio se me ponen los pelos como jeringas. Porque me huelo lo peor. Y lo peor en esta tierra es muy peor. El año pasado fueron los No Sanfermines y sus consecuencias nefastas y ese espanto de Los Viviremos, que resume y compendia ese gen tan repartido por aquí de tener que demostrar de palabra o acto que uno es mucho pamplonés y mucho de aquí y que si no brinca el día 6 se le abre el alma. Esa obsesión no ya tanto por la fiesta sino por contarles a los demás lo mucho que uno ama a la fiesta. Una cosa tremenda. Así que este año, habida cuenta de que todos los indicadores nos hacen ver que claramente vamos a estar en julio incluso con peores cifras que en julio pasado -en julio pasado de marzo a junio nos metieron en casa y los contagios se redujeron a cero casi, este año vamos a estar hasta mínimo otoño o que lleguemos al 70% o más de vacunación subiendo y bajando cifras y en mayor riesgo hospitalario-, no sé qué clase de campaña u cosa hortera tramarán en alcaldía, porque aquí cuando nos ponemos a hacer cosas moñas que incidan precisamente en lo mucho que amamos nuestra ciudad somos capaces de romper las barreras del sonido y de la vergüenza ajena. Maya no se va a conformar con suspenderlos y punto. Algo va a querer hacer. Maya y los miles y miles y miles que son como él, ojo, de todas las ideologías, cuidado, que en esto del horterismo sanferminero emocional no hay distinción de ninguna clase. He repetido muchas veces aquella famosa frase de Manuel Vázquez Montalbán de que la verdad está en los días laborables. A mí me gustaría un alcalde que se preocupara más por eso. Y no parece ser este.