ay una costumbre en las redes sociales por la cual cuando fallece alguien de cierto renombre artístico aquello se llena de lamentos, homenajes, condolencias, recuerdos personales y también, cómo no, de personas que se suben un ratico al carro. De todo hay y tiene que haber en la viña del señor. Nunca falta, tampoco, el que pregunta o se pregunta si ¿tenéis todos en casa películas de esta o discos de aquel?, una reacción que viene a criticar el exceso de lloro por el fallecimiento o cuando menos el dárselas de afectados de muchos. Y ese dárselas de algo, existe, claro, pero es mínimo en comparación con el volumen de gente que, efectivamente, ha establecido una clase de relación personal con el fallecido o fallecida, una relación que no tiene que ver con cuántas películas suyas has visto o en cuántos conciertos has estado, sino en cómo te ha llegado cuando estabas en su campo de acción. El arte es eso: emoción, comunicación e inspiración. Tú puedes tener en casa solo un disco de Battiato y haber estado volando por el aire con ese disco mucho más que con los 5 que tienes de los Stones. La intensidad de algo no la da ni el número ni siquiera la posesión, puesto que aunque la posesión de música demuestra amor a esa música -a priori- eso no conlleva a que no tenerla no te haga amarla. Yo no tengo en casa el Heart of Gold de Neil Young y la amo. O el Cold cold ground de Tom Waits. O The speed of the sound of loneliness de John Prine. No tengo una sola película en la que aparezcan Spencer Tracy o Fred Astaire o Henry Fonda. ¿No aman ustedes a estos tres, a Betty Davis, a Katherine Hepburn, a la Magnani, a Groucho? Es cierto del todo que las redes sociales son muy proclives al postureo y al compungirse cada día -muere mucha gente-, pero no es menos cierto a su vez que se puede amar sin poseer. ¿No? Buen viaje, Maestro Battiato, en el viento siempre ondeará tu bandera blanca.