uando vives en lo Viejo de Pamplona eres consciente de que tu vida, tu descanso, tu dignidad como vecino de una comunidad o como contribuyente se la pasan los políticos y buena parte del resto de la ciudad y buena parte de la hostelería y en general todo el mundo por el mismísimo forro de los cojones, incluyendo en ese lote a todos los medios de comunicación, que informan cíclicamente de las molestias sufridas como quien cíclicamente informa del cambio de las estaciones o los fichajes de pretemporada. A la ciudad, el vecindario de lo Viejo, al Gobierno de Navarra, le importa tres hostias. Puedes tener debajo bares abiertos -conozco bares que llegaron a inaugurarse y pasar años con ventanales abiertos que daban a la calle cuyos dueños ahora van dando lecciones de respeto- o bronca hasta las mil, obras por doquier, txistularis a las ocho de la mañana, camiones de limpieza calando hasta los goznes tu puerta de madera y ahí te jodas si se pudre o se abomba, grafiteros que le podrían pintar a su padre la calva o su dormitorio y mil sobradas más a las que solo se pone cierto ojo cuando el vecindario ya no puede más o se organiza como en las guerrillas o directamente como estas últimas semanas cuando la masa alcoholizada de niñatos y niñatas la lía parda. Todos hemos tenido 15, 16, 18 y 25 y nos hemos bebido el agua de los floreros. Y no es justo que pague toda una generación por unos cuantos o por situaciones concretas. El problema es de base y de protección. Y los vecinos de lo Viejo están no solo ya desprotegidos, sino directamente atacados por las instituciones, mucha hostelería y los propios vecinos que visitan la zona como el parque temático del frito y el alcohol en el que lo han convertido todos. Tras 10 años allá, me fui de allí hace otros 10. Besé el nuevo suelo cuando me alejé de allá. Es lo mismo que hacen y harán muchos. Es vergonzoso.