uando veo a muchas personas reclamar que se mencione a las tenistas femeninas que más Grand Slam han ganado en el momento en el que se menciona a los hombres que más Grand Slam han ganado creo que puedo distinguir a dos grupos claros: aquellas que lo hacen sin más, sin nada detrás más allá de una pataleta, y aquellas que lo hacen con un compromiso interno de tratar de hacer más visible el deporte femenino, sin por ello minusvalorar el masculino o entrar en una guerra u olvidándose del asunto nada más acaba la final de Nadal y Medvedev. Estos días hay Juegos Olímpicos. La atención que recaban las atletas olímpicas chicas es casi idéntica a la de los atletas olímpicos chicos. Es un buen momento para que millones de mujeres -y hombres- consuman televisión y se enganchen, como en los 80 los aficionados sabíamos quién era Erika Hess o Mateja Svet o Maria Walliser. El deporte, las deportistas, crecen con ayudas, con apoyo, pero también con atención. Sin atención, sin público en las casas, en los estadios, en las carreteras, no hay sponsors, no hay medios de comunicación informando, no hay ingresos, apenas hay futuro. Esto del deporte femenino es una rueda que se alimenta a sí misma y en la que las espectadoras y los espectadores tienen mucho que decir. O cuando menos bastante, aunque luego siga habiendo diferencias que hay que limar, mejorar y eliminar. En este mundo en el que ya casi todo se televisa o retransmite vía streaming por internet y que las estadísticas de casi cada cosa las tienes al instante, seguir deporte femenino y hacer de las deportistas figuras conocidas está al alcance de la sociedad. Claro, que para eso hace falta afición, constancia, tiempo, compromiso y algo que nace de dentro o no nace. No nace solo quejándose de un hecho. No está mal hacerlo, pero remar en la línea de lo positivo y querer ver competir a Queralt Castellet siembra mucho más.