l impacto de este agujero negro abierto en nuestras vidas es ya más que inquietante. Y aunque el sistema sanitario esté demostrando su capacidad de respuesta, en adelante el sistema de Servicios Sociales deberá complementar ese esfuerzo. No queda otra opción si queremos salir al rescate de la población más vulnerable y expuesta a la pandemia y responder así a los efectos colaterales del confinamiento. Este sistema, los Servicios Sociales, debe asumir este reto sin precedentes en su propia historia. Más allá de la tranquilidad de gestionar mejor o peor la pobreza. Más allá de la burocratización en que se ha convertido la intervención social y el tratamiento ofimático de la pobreza. En esta situación excepcional, nos toca repensar para qué servimos hoy y cómo seremos más útiles. Para ello es imprescindible repensar nuestras intervenciones, cambiar ritmos, objetivos, estrategias, recursos, horarios, dinámicas e incluso la propia organización y modelos de atención y coordinación. Y todo desde una perspectiva de género e intersectorial. Porque el virus no sabe de clases pero depende en qué lado de la barrera estés, el impacto no será el mismo

Desde que empezó la pandemia fuimos conscientes de nuestra importancia, pero hemos tenido más voluntad que recursos, más ideas que organización. Y desbordados por la magnitud de la situación hemos sido poco proactivos. Nos ha faltado agilidad de gestión de medidas concretas suplida por un voluntariado entusiasta que precisa de apoyos técnicos. Hasta el 18 de marzo no se redactó el Decreto Foral de medidas urgentes ante el COVID-19 y posteriormente distintos protocolos en materia de residencias de ancianos, personas con discapacidad y coordinación de voluntariado. En breve, quizás hoy, se movilizará el Plan de Activación Sociosanitaria. Eso nos obliga a trabajar ya. Pero también a dotarnos de nuevos recursos imprescindibles. El objetivo es no activar las UCI sociales.