os conocíamos no sé de qué, quizás de cosas de la edad, de coincidencias varias, de los comentarios que nos devolvíamos en nuestras columnas en el Noticias, porque ambos sabíamos que a veces una columna de opinión es como una ducha de agua fría que te salva de un suicidio. Supe que Bixente tenía la mirada de un historiador una noche en un bar del Casco Viejo. No sé qué se festejaba; quizá que la vida se derramaba sin solución. Los dos nos sosteníamos bien, pero estábamos en ese trance resbaladizo de ensalzar la amistad, el paisaje y el paisanaje a cualquier precio. Entonces él, comenzó a relatarme cómo se organizó la "fuga de Segovia" de la que él participó. Lo hizo con la precisión de un cirujano de la historia, la sensatez de quien se sabía marcado por un tiempo inclemente y la pericia de un político listo que acumulaba una biografía excepcional. Y ahí lo dejó, convertido en guion de película que luego todos pudimos ver de la mano de Imanol Uribe con diálogos de Anjel Lertxundi. A medida que narraba la fuga apoyado en la barra del bar, esa misma barra se le quedaba pequeña. Pues su narración adquirió el tono épico de las mejores novelas de Scott Fitzgerald. Bixente esa noche demostró, como el mejor Scott, que "la prueba de una inteligencia de primera clase es la capacidad para mantener dos ideas opuestas en la mente y, al tiempo, conservar la capacidad de funcionar". Así que me sentí ridículo delante de aquel hombre menudo que diseccionaba el tiempo, la historia y la política con la pasión de quien tiene el encargo de reconstruir la biblioteca de Alejandría. Mi último recuerdo de él no es una mirada, ni una palabra, es su forma de andar. Pausada, acompasada, como dando el intermitente a ambos lados del cuerpo y elegante como un dandy recién llegado a una cena sin etiqueta. Buen viaje amigo. Lurra zurekin egotea, edonon zaudela ere, iraganari aurrez aurre begiratzeari ez uzteko.