l ayuntamiento va permitir montar unas txosnas privadas en el Paseo Sarasate. Con dos. Y todo porque un virus inclemente ha pasado por delante de algunos bares del casco viejo. Solo de algunos, eh. Así les va a recompensar; convirtiendo este paseo en una terraza a cielo abierto.

El calentón "cultural" del verano sin tómbola se anuncia así: "Terrazas para el Paseo Sarasate, sin música, hasta medianoche y de manera excepcional. Lo podrán solicitar los bares de San Gregorio, San Nicolás, Lindachiquia y Comedias". No sé, si yo fuera dueño de un bar de San Jorge, por suponer, me mosquearía, exigiría explicaciones. Por flagrante discriminación y favoritismo. Lo mismo que si fuera dueño de una pescadería, frutería, panadería, carnicería, alpargatería o ferretería del Casco Viejo. Me mosquearía a no ser que todo me diera igual. Pero hay más. Y es que esta operación se vende como un apoyo generoso al victimizado sector hostelero quien habrá presionado lo suyo en ciertos despachos municipales. ¡Joder, como si no hubiera otros sectores que también lo necesitan! Pero aquí la hostelería es sandios y recalificamos exprés suelo público en privado en nombre de la salvación nacional de la barra y la terraza.

Esta operación es un ensayo adelantado de lo que está por venir. Si bien es cierto que ya hay prácticas escandalosas. En el fondo de esta decisión y cesión de suelo hay una idea de ciudad, de uso del suelo, del tipo predominante de consumo, de los privilegios y por tanto de la democracia de saldo que nos gobierna. El ayuntamiento no es un agente inocuo que intervine graciosamente desde fuera. Con esta decisión se convierte en parte constitutiva del mercado. Reinventa unas reglas de juego y mercantiliza la trasformación de una parte de la ciudad convirtiéndola en un activo financiero sin retorno público.

Aún recuerdo las "barracas políticas" de hace años y su satanización municipal. Pues mire usted cómo se han rescatado.