n una patera caben miles de kilos de esperanza. Y decenas de ojos llenos de un pudor triste. Pero por la borda se fuga la melancolía de todos los domingos de la tierra. Porque cuando uno decide apuntarse a la muerte, sabe que ese es el fin de la batalla.

Más de dos mil inmigrantes se hacinan en Canarias, el nuevo Lesbos del Atlántico. Qué les lleva hasta allí, nada. Una vida en picado y sin excusas. ¿La pobreza? No. El impacto seco de la desesperación.

Pero para desesperación la de la alcaldesa de Mogán (Gran Canaria). La doña se ha venido arriba con la venia del lobby turístico y ha empezado a multar a los hoteles que alojan inmigrantes. Y exige que los saquen de allí antes de Nochevieja, fecha en que deberá acabar, según ella, la solidaridad como negocio. Lo dice también Vox, que eso de gastarse 300.000 euros al día en mantener a los inmigrantes en esos hoteles de Canarias es un despilfarro. Claro, de lo que se trata es de volver a la timba de verdad. La de la pasta gansa, la de alojar a los otros inmigrantes del norte rico. Dice la alcaldesa que la razón de la caída del turismo en Canarias no es que Europa esté cerrada, sino que esos parias ensucian la imagen de estas islas, paraíso de la precarización y con una temporalidad laboral del 36%. No sé ustedes pero yo ahí veo delito de odio. Además de tener que soportar el argumentario del rescate con dinero público del sector turístico, un sector que se ha forrado estos años sin repartir dividendos y que produce una riqueza engañosa por sus costes especulativos y destructivos. Y acabo. La presidenta Ayuso también se apunta a esto del rescate ofreciendo refugio en Madrid a los empresarios catalanes que huyen del acoso nacionalista. Ella también quiere sus refugiados. Pero de alta gama.

De verdad, a estas dos les hacía leer Una temporada en el infierno, de Rimbaud.