quel virus lo había llevado hasta allí. A diario leía decenas de documentos, analizaba datos y estadísticas, comparaba teorías y explicaciones científicas, escuchaba a profetas que pregonaban sobre las teorías del complot, visitaba a médiums y hablaba con negacionistas, devoraba sesudos estudios científicos, informes y recomendaciones políticas, se perdía entre datos, gráficas y mesetas hasta que la madrugada lo tumbaba; se infiltró en un canal secreto de la OMS, preguntaba a amigas médicas a pie de obra y hasta contactó con un vidente. Todo lo analizaba con una desazón lacerante. Pero sentía que nada le servía para aclararse medianamente sobre aquello nunca visto, al menos con aquella magnitud. Y no, no es que se le hubiera ido la pinza. Solo quería saber cómo enfrentarse a aquello que no era solo una crisis sanitaria sino un "hecho social total" que convulsionaba el conjunto de las relaciones sociales y conmocionaba a la totalidad de los actores, de las instituciones y de los valores. Aquello lo había complicado todo, pero sobre todo había hipermoralizado las relaciones exigiendo mayores niveles de corrección política. Y nos había desmovilizado como consecuencia de la cultura de la cancelación. Y más. Nuevos linchamientos públicos, fruto de un tribalismo ideológico se encargaban de nombrar a los culpables de todo aquello. Porque un nuevo punitivismo sanitario había sustituido al rol ocupado antes por la Iglesia. Por eso mismo no encontraba palabras para nombrar todo aquello.

Todo esto pensaba mientras caía en sus manos un libro titulado Los peligros de la moralidad, de Pablo Malo Ocejo. Lo leyó y supo que allí había un salida de emergencia. Léanlo si pueden. Aclara mucho por qué esta pandemia nos ha moralizado tanto. Y por qué eso es un peligro para nuestras libertades y nuestra democracia. Urte berri on.