Cada vez que oímos hablar del sistema educativo de Finlandia, de lo innovadores y humanos que son sus centros escolares y de sus excelentes resultados en el informe PISA, se nos retuercen las tripas de envidia. Pero no es porque sean más inteligentes o más trabajadores que nosotros, sino porque tienen un modelo muy eficaz que se basa en la implicación de todos los agentes sociales en el proceso educativo. Un país de cinco millones y medio de habitantes, con escasos recursos naturales, históricamente sometido por vecinos suecos y rusos y con una lengua que hasta hace 100 años era considerada de cazadores y pescadores, ha conseguido llegar a lo más alto porque tienen claro que es la educación lo que les permite sobrevivir como pueblo y como cultura.

Los finlandeses se consideran un pueblo pobre y por eso optimizan al máximo todos los recursos interconectándolos y compartiéndolos, no como nosotros que tenemos mentalidad de nuevo rico y así nos va.

Allí los profesores no tienen que hacer oposiciones, sino que son contratados por los directores de los colegios que, a su vez, son nombrados por los alcaldes, porque todos los colegios son municipales. Quien quiera dedicarse a la docencia tanto en educación infantil, primaria o secundaria tendrá que cursar una carrera específica de cinco años, esto es, que no hay profesores reciclados de otras carreras, como aquí.

A los jóvenes se les respeta, se les reconoce un estatus social y se les ofrece todo tipo de facilidades para que estudien porque tienen claro que esta es la mejor inversión para el futuro de la comunidad. Y suma y sigue.

Todas estas ideas y más en el interesantísimo libro que ha publicado el matemático Aitzol Lasa, profesor e investigador de la UPNA, con la editorial Pamiela.