reo que no resistiré muchas más veces el dichoso Resistiré. También me ponen de los nervios los chivatos de balcón y los paseíllos militares y confieso que a ratos me cuesta digerir el constante derroche de buenrollismo que nos invade. Pero lo que más me preocupa es que haya tanto analista hablando de la transformación que vivirá el mundo después de la pandemia. Javier Sampedro, científico y periodista, decía esta semana que no sabe a qué viene "tanto optimismo sociológico" y estoy plenamente de acuerdo con él. Cuando pase el peligro, cuando el virus ya no sea una amenaza letal y no sea portada de los periódicos, el capitalismo seguirá su camino. La ciencia y la investigación no le importarán a nadie, seguirán los recortes y las privatizaciones en sanidad y la brecha social será cada vez más grande porque serán las clases más desfavorecidas las que asuman de lleno las consecuencias de la crisis. La precariedad y la uberización de la economía seguirán extendiéndose más deprisa que el coronavirus. Por supuesto que sería interesante que de todo esto aprendiéramos algo como que dejar el tema de los cuidados de las personas en manos de las empresas es lo peor que hay o que la sanidad es un derecho universal y no un área de negocio. O que quizá, en lugar de vivir apiñados en ciudades consumiendo productos de la otra punta del mundo, sería mejor que fuésemos más rurales y autosuficientes, visto que las pandemias parece que serán nuestros principales enemigos en el futuro. Y tampoco nos vendría mal aprovechar este máster exprés en teletrabajo para organizar mejor producción, estudios y conciliación. El mundo no cambiará, desgraciadamente, pero como personas sí que podemos intentar aprender un poco de todo esto.