n o labra uno su destino, lo soporta, dice Flaubert. Un pequeño consejo: cuando no sepas qué hacer, lee a Flaubert, nunca defrauda. Me he acordado de esa famosa cita al ver la reaparición de Cifuentes, ya sabes, Cristina Cifuentes: ha salido en la tele. Y ha dicho cosas. Y entre otras cosas ha dicho que su hundimiento lo planificaron los suyos. Lo tiene claro. Y que lo hicieron a la perfección. “En el PP hubo fuego amigo”, palabras textuales. Lo dice con amargura, claro. Es decir, supongo. Qué estúpida melancolía preotoñal. También dice que ella no tiene nada de cleptómana y que el robo de las cremas fue un simple error. En fin, cada cual tiene su propia porquería y su propia miseria moral y si no se ve forzado a mostrarla la cubre con lo que el mismo Flaubert denominaba los pantalones del decoro. Y si son de Armani, pues mejor que mejor, of course. Sí, lo sé, es una pena que Cifuentes se viera forzada a abandonar el mundo del espectáculo; hay que reconocer que resultaba muy entretenida. Pero no hay que desesperar. Démosle tiempo a Díaz Ayuso, tiene algo que promete bastante: para empezar, tiene un fulgor raruno en la mirada, ¿no es verdad? Como si en un momento dado fuera capaz de cualquier cosa. Seamos pacientes. Pero bueno, a mí lo que me ha gustado de verdad es lo del fuego amigo, qué maravilla. Y ojo con ese concepto porque puede que no sea nuevo pero últimamente está haciendo furor. Pobres líderes. Ahora a los líderes se los cargan los suyos. Desde dentro. Los nuevos partidos políticos son aparatos de ambiciones personales, insidias y venganzas, y llegar arriba puede resultar tan peligroso como ingrato. Pronto será un trabajo desempeñado por androides, estoy casi seguro. Si no lo es ya.