staba pensando en el coronavirus. Llevaba ya tres (p) días seguidos abducido por esa idea obsesiva. Pero de repente me puse a pensar en la corona. Sin más. Así que me dije: de acuerdo, veamos la serie. Las tres temporadas. ¿Por qué no?, tenemos tiempo. Es una serie de Netflix sobre la familia real inglesa. Se titula The Crown que significa eso: La corona. Así que, vale, me trago la serie de un tirón. ¿Y qué veo ahí? Pues veo que lo malo de ser rey es que no puedes dejar de ser hombre. Qué pena. Dejarían de serlo, si pudieran. Es decir, si fuera cuestión de pasta. Pero no pueden. No lo es. Por mucha pasta que tengas, no puedes dejar de ser un simple ser humano. Ni aunque seas rey y bebas lo mejor. Acto seguido, veo que otra cosa que tampoco te garantiza una corona es, por ejemplo, la inteligencia. O la belleza. De hecho, una corona de por sí no te garantiza ninguna habilidad y ninguna virtud real. Real de realidad, se entiende, no de realeza. Y lo cierto es que sí te garantiza muchas carencias. En especial, de todas esas habilidades y valores morales que solo se aprenden a ras de suelo y en contacto con iguales. Pero mejor no entremos en eso. Sería largo. Lo único que al parecer otorga una corona es la sensación de estar por encima de la ley. Que rima con rey. Pero, esa es precisamente, me temo, la cuestión. Y este es precisamente, me temo, el país que elude con disimulo una y otra vez la cuestión principal. Sin embargo, mira, me da la sensación de que este sería un buen momento para hacer la serie sobre la corona española. Estamos en la época de las series. Todo se puede abordar en una serie. Las nuevas sensibilidades se cultivan ahora ahí. Si alguna productora está considerando la posibilidad de hacer una serie no complaciente (repito, no complaciente), centrada en la figura de Juan Carlos, le animo a ello. Podría ser un éxito a todo los niveles. Y ahí hay un filón, eso está claro.