s bueno tener amigos inteligentes y solidarios. Mejor que lo contrario, en cualquier caso. ¿Quién no tiene un amigo activista que lucha y se afana por alguna bella causa? Ah, todos los tenemos, supongo. A veces te dan un poco la brasa con sus luchas utópicas y sus grandes ideales, pero tú les entiendes y lo aceptas de buen grado, porque lo tienes que aceptar. O sea, porque tienen razón, básicamente. Y lo sabes. A la par que te avergüenzas de ti mismo, claro. Por una parte está el capitalismo monstruoso que quiere digerirlo todo y estropea nuestras emociones con su impaciencia y su voracidad (vale, todos lo odiamos mucho, en teoría), y por otra están las causas justas, las bellas causas que hay que defender y por las que hay que luchar hasta el final, aunque casi siempre pierdan. Hasta perder es bello, entonces. Desde que se inventó el romanticismo, todos somos un poco románticos, me temo. Qué ingenuidad tan fanática. Bueno, el caso es que estoy, el otro día, sentado en la terraza tomando el café por la mañana y de repente veo pasar a la dulce y enérgica doctora Izquierdo, y la llamo. Es bióloga y está sensibilizada por el tema de las macrogranjas. Al contármelo, se entusiasma un poco y se embala. Pero es normal, yo lo entiendo: está que trina contra la macrogranja de Caparroso. Creo entender que tienen millones de vacas encadenadas en una nave de por vida. Y ahora quieren ampliar el negocio. Al parecer, el gobierno les ha puesto miles de denuncias, pero nada. Si yo fuera una vaca (que no lo soy), odiaría que me atraparan los de la macrogranja, le digo para que sepa que estoy de su lado. Entonces me dice que Eroski les compra la leche y la envasa en unos tetrabriks en los que sale el dibujo de unas alegres vaquitas pastando en el prado, junto al entrañable caserío. Qué risa. Si yo fuera joven ahora, me haría publicista. Tienen que ser todos unos cachondos. Le pondría de marca: La vaca que llora. Es la monda, ¿no?