o sé si se habrán dado cuenta, pero las cosas no son perfectas. Hay problemas. Puede que sean problemas coyunturales, pero siempre hay problemas coyunturales. O sea, que los problemas coyunturales son permanentes, ¿no es gracioso? Desaparecen unas coyunturas problemáticas, pero aparecen otras. Cuando te dicen recuperar la normalidad es mentira: eso no existe. Y lo sabes. Lo sabes, ¿no? Sí. Y también sabes que tu vida va a consistir en eso. En atravesar las crisis sucesivas: una tras otra, en fila, todas seguidas, sin parar, hasta el final. Así que te dices: hay que aprovechar las ocasiones. Para animarte un poco, claro. Es normal, ¿qué vas a hacer? Además es verdad: hay que aprovecharlas, todo el mundo lo dice. Porque si no, entonces ¿qué mierda es esta? Hay que disfrutar un poco, hay que intentar ser feliz, creo. En fin, supongo, espero, yo qué sé. Pero bueno, pues eso: el puente está ahí y te gustaría hacer algo especial. Pero, ay, ¿y si me voy de viaje y luego no puedo volver? Qué lío de vida. Ya no te dejan ni ser feliz. Un año, por estas fechas, fuimos a Madrid con las hijas pequeñas. Me metí con el coche hasta el Corte Inglés. No sé ni cómo llegué, ni cómo pude aparcarlo. Llovía a cántaros, las siete de la tarde, oscuro, el tráfico a tope. Lo bueno, es que teníamos la casa al lado de la Puerta del sol. Uno de los días, llegamos en metro a la estación de Sol y no se podía salir a la calle por la cantidad de gente que había arriba. Tuvimos que retroceder a Tirso de Molina para poder escapar. Lo mejor del viaje fue la careta de monstruo que le compramos a Laura en el mercadillo navideño. A Laura no le gustaban las figuritas del belén. Le gustaban los monstruos. Esto sería hace veinte años, o así. Éramos jóvenes, nos decíamos: hay que animarse, hay que aprovechar las ocasiones, hay que viajar un poco, hay que gastar, vámonos a algún sitio. Ya sabes. Lo que nos decimos todos.