No me veo capaz de aportar nada nuevo sobre esta suma en la que los que siempre dieron a entender que llevaban el Fuero tatuado en el pecho se aprestan a compartir cama con los que esgrimen un ariete enhiesto en el que se lee De Amor Muero y, cuando se despliega, Muerte al Fuero. Ni sobre la inquietud creciente que genera este apresurado matrimonio de tres alimentado por el deseo de recuperar su tesoro. Ni sobre las dudas comprensibles acerca de la fuerza de los pactos transversales de las izquierdas del votante que no quiere ir hacia atrás. Hay infinidad de personas que viven y diseccionan a diario la realidad navarra y pueden o lo están haciendo mejor. Así que me liberaré y sobrevolaré una noticia de las que te alegran el día. La habréis leído hace un par de días narrada con detalle en este mismo periódico. La del conductor, navarro, que eligió cruzar el otro día la frontera entre Andorra y Catalunya por La Farga de Moles con su pareja y 5,750 kg de oro escondidos en el motor de su Mercedes. Uno lo declaró cuando le paró la Policía en la aduana. El resto no, pero dio igual. Parece que el hombre había diseñado su estrategia escondiendo todos los lingotes empaquetados en una parte del motor excepto uno, el de mayor peso, que iba encajado en el filtro de partículas y cuyo ticket de compra conservaba para, caso de que le hicieran detenerse, mostrarlo. Ocurrió. Como los agentes vieron que se ponía nervioso ante la maravillosa pregunta, tan peliculera como real, ¿Tiene algo que declarar?, le pararon. Terminó cantando que llevaba un lingote de oro escondido y dónde. Pero solo uno. Claro. Tardaron minutos en encontrar los demás. Su señora esposa se equivocó. Tanto si creía que era un gran hombre como un gran estafador. Eligió mal compañero de viaje.