Vamos a relajarnos dos minutos. En los que empleas para leer esta columna hay quien llega al clímax, literal, no digo personal o profesional, hablo del orgasmo. Parece que la ola del satisfyer femenino ya va en descenso después de haber alcanzado magnitud tsunami porque, amiga, si finalmente no te lo has comprado te has quedado sin conversación de colegas en el bar, no vas a terminar de empoderarte en tu puñetera vida ni vas a saber gestionar tu placer sexual. Limitada te quedas a utilizar tus propias manos y lo que se te ocurra, mujer sin imaginación. (¿Caeremos al final?, quién sabe). En fin, la cuestión es que en otro ejemplo más de cómo funcionan las corrientes naturales del Marketing, aprovechando el rebufo de la ola anterior ya ha llegado la siguiente. Y por supuesto había unos cuantos tipos esperando para surfearla. Sí, el satisfyer masculino está entre nosotros. El objeto ya no es rosa ni cuqui, claro, es negro, contundente y viril. Qué cojones. A mí me recuerda a una afeitadora puesta boca abajo, con su + y su - para regular la intensidad y su termómetro, porque se puede calefactar, amigo. Aunque esta propiedad no sé. Recuerdo que aquí aparecieron los asientos de coche calefactables cuando los japoneses ya estaban aburridos de caldearse el culo a diario en sus retretes-discoteca. Este invento puede alcanzar los 40 grados. No quiero hablar de lo que desconozco, pero preveo incremento en el tráfico a Urgencias con quemaduras de tercer grado. ¿Qué hace este objeto? El de gama alta, porque aquí también hay clases, vibra, calienta y presiona gracias a un sistema de vacío de aire. Lo que no hace es moverse, eso lo haces tú una vez has introducido tu quinta extremidad en ese espacio oscuro. Así como tengo varias amigas que han compartido su amistad con el satisfyer femenino, ningún amigo se ha manifestado en esta cuestión. Todavía.