He visto cuarentañeros fibrosos descendiendo al galope el tramo final del parque bilbaíno de Etxeberria (en patinete "las Cuestas de la Muerte") con mascarilla hiperventilada y rojez facial alarmante. He visto a adolescentes tosiendo a pulmón libre y a dos palmos de una señora dentro de una tienda y reuniéndose en un césped como lo que son, amigos y adolescentes que pegados unos a otros se sienten tribu.

He visto camisetas y blusas propias (digo yo que las habrá también ajenas) desteñidas con efecto tye dye involuntario por el contacto abrasivo de la lejía diluida en proporción 20 ml/l. durante el proceso diario de desinfección de todo lo adquirido en El Exterior. He visto a hombres hechos y derechos peleándose con gafas empañadas, gomas de mascarilla, tarjetas de cliente y de crédito en la caja del supermercado. Al borde del llanto. He visto rayos-C brillar en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhäuser. ¿Se perderán todos estos momentos como lágrimas en la lluvia? No creo. Volveremos a verlos. Y a protagonizarlos. El civismo y el esfuerzo denodado en el cumplimiento de la norma, el desapego o, en reducción gradual, la consideración de que la norma se dirige más a otros, o también a nosotros pero en una adaptación libre y relajada, y los mínimos incordios que engendra.

Desde ayer los niños a partir de 6 años deben llevar mascarilla también en espacios abiertos si no hay garantía de mantener los 2 metros. Cuesta la mascarilla en la calle cuando los liberamos y corren, saltan, respiran intenso y sudan. Para adultos trotando o en bici no es obligatoria. Y también cuesta 28,80 /mes por persona. 86,4 a una familia de tres miembros. 115,20 a una de cuatro. Entre ambas cifras se sitúa el coste del comedor en nuestro colegio público. Bastantes familias recibían beca para pagarlo. Quizá haya que revisar esto.