Se acabó. Hoy y aquí termina el curso escolar. Amas, aitas.. ¡habéis aprobado! Vuestro cerebro se ha desplegado hacia una habitación del fondo del neocórtex que desconocíais que existiera. En ella habéis asistido atónitos al brote de vuestras propias explicaciones sobre matemáticas, sintaxis, biología, anatomía humana en inglés y filosofía a esas criaturas estupefactas ante vuestras capacidades ocultas o ante la falta de ellas, no todo va a ser endiosarnos. Profesores, llegó la epifanía del claustro final. Zanjadas quedan las jornadas sin principio ni fin y las carreras ante los cuernos afilados del grupo de whatsapp de padres entregados y con excesivo tiempo libre que irrumpen por el pasillo a la hora de la cena y entre las sábanas el sábado por la mañana. Que nadie ose lanzaros el "¡y ahora, además, tres meses de vacaciones!". Este último trimestre de confinamiento escolar quizá haya acortado más las distancias entre colegios públicos y privados que décadas de inversión en educación. En el curso que cerramos un 49% de alumnas y alumnos en la CAV y un 35% en Navarra han estudiado en centros privados. En ese icono aspiracional de la educación que es Finlandia solo el 3%. Allí está prohibido ofrecer "enseñanza básica con ánimo de lucro". Imaginemos que aquí pensáramos e hiciéramos lo mismo. ¿Qué ocurriría? Que se mezclarían en la misma clase y compartirían ordenadores y grupo de trabajo los niños de familias ricas, medias y pobres. Que desaparecerían las listas de espera para matricularse en esos colegios e ikastolas donde las élites financieras, empresariales y políticas se perpetúan, junto con sus redes de contactos y favores, reencarnándose en sus vástagos. Que entonces quizá se pondría más ahínco en dotar de recursos a la educación pública, porque entonces nos interesaría a todos que se acercara a la excelencia que esperan de los centros privados. Que esas redes de contactos y posibles alianzas futuras se compartirían entre alumnos de distintos extractos sociales. Esto no va a ocurrir, no es Finlandia. Es una idea loca de fin de curso. La saqué anoche del documental de Michael Moore ¿Qué invadimos ahora?, con su lado cómico, sus trampas y su interesante enfoque.