os hemos recreado otra vez en la evidencia de que la naturaleza no se puede domesticar, cuando la erupción de un volcán activo no es un accidente ni una disrupción sino una flor de cerezo asomando en febrero, con la diferencia sustancial de que, manteniéndose fieles a lo que son, los volcanes no se ajustan al calendario estacional. Hemos vuelto a cuestionar una de las creencias que cimentan nuestro estatus mental, considerarnos dueñas y señores del planeta cuando a lo sumo, y esto es lo más difícil, nos sabemos gestores. Hemos multiplicado las audiencias escuchando análisis de expertos y comentarios de humanos en tertulias televisivas y radiofónicas, en podcasts de actualidad, en la cola de la pescadería. Cuando ocurren sucesos como la erupción del Cumbre Vieja necesitamos resguardarnos en algo, rumiar conocimiento, lógica, experiencia. Geofísicos del CSIC se reconocen incapaces de concretar cuándo volverá a dormirse este volcán monitorizado, semanas, ni cuánto tardará en enfriarse y solidificarse la colada, más de un año. Habrá que esperar para construir algo nuevo sobre esta lava basáltica vomitada por las entrañas de La Palma. Además de temerla los isleños la conocen bien y saben recubrirla con lenguas de tierra sobre las que en 15 años sembrarán semillas y crecerán árboles. Impresiona la contradicción que anida entre su avance flemático y la capacidad arrasadora de sus 1.100 grados. Como si los limacos fueran letales. La ves engullir poco a poco una casa encalada con su terraza de baldosas, sus árboles de un verde inaudito sobre la ladera pardusca, sus camas revueltas, vaqueros y camisetas abandonados en una silla, fotos de viajes, tazas preferidas de desayuno, cuadros regalados por amigos del alma cuando te mudaste, macetas con cactus y libros y vinilos que te han cambiado el día y a veces la vida. Para ayudarles a reconstruir las suyas el Cabildo Insular de La Palma ha habilitado una cuenta, ES47 2100 9169 0122 0017 9456, y un bizum, 03747.