¿Quién dijo que 2020 sería un año SinSanfermines? Se hizo la conjetura remota de amplificar los chiquitos de San Fermín de Aldapa. Ni ese consuelo guardado en la memoria del 78 ha sido posible. Pero no se reparó en el efecto retroactividad, durmiente en el lento ritmo de los procedimientos judiciales. El Juzgado de Instrucción con rima procaz de los cinco de Pamplona ha acordado continuar con la tramitación de las diligencias previas por las responsabilidades penales en las que pudiera haber incurrido el concejal Abaurrea (EH-Bildu). Chupinazo de 2019: ediles de Bildu pretenden exhibir una ikurriña, bandera no incluida entre las oficiales. Ritual político de complicidad sentimental con parte de la población pamplonesa. Gesto reivindicativo con aspiraciones de trascender a derecho reconocido. Presencia perseverante: en mástil, en balcón lateral o en eclipse parcial de fachada con demora del primer cohete. El alcalde no hizo como la Hacienda de UPN con Osasuna -mirar para otro lado- y ordenó preventivamente a la Policía Municipal que lo impidiera. Mayor rigor con el desahogo ideológico que con el fraude económico. Concejales abertzales, corporativos de Navarra Suma y policías municipales trenzaron la coreografía de una trifulca, con brazos y manos en aras de un simbólico trozo de tela. Manos para retener y manos para retirar. Sin la elegancia de la esgrima. Con prisa ante la inminencia del minuto de gloria en el reloj consistorial. La tensión no ayuda ni al comedimiento, ni a la inteligencia, ni a la prudencia. Las trifulcas siempre incluyen algo de juego sucio: manos voladoras, codos y pies percutores. La juez ve indicios acreditados para las diligencias, en un auto susceptible de recurso de reforma. Con tan aún débiles mimbres, Maya se ha apresurado a exigir la dimisión de Abaurrea. Prematuro. Desproporcionado. Imputado por las dietas de Caja Navarra (2013), Maya devolvió el dinero (12.000 euros) y conservó la vara de mando.