La reflexión sobre si somos buena gente puebla la filosofía, pero cuando uno vuelve a encontrarse con gente mala, la ética flaquea y dan ganas de dar mordiscos o patadas, de recordar que si bien nunca fuimos una especie violenta (más bien cobarde y violenta, dando el golpe cuando veíamos que nos era más rentable que huir), hemos jugado a esconder las razones de la colaboración y el altruismo siempre que pudiéramos tener una recompensa rápida, sobre todo más que el vecino.

El otro día una conocida periodista, Almudena Ariza, reflexionaba sobre la honestidad tras una experiencia personal: había perdido la billetera en un bar y, tras pasar unas horas inquieta y pensando lo peor, la había reencontrado en el mismo sitio. Alguien la había dejado tras encontrarla perdida. El año pasado un equipo de investigación se dedicó a perder cientos de miles de carteras en diversos países, para ver qué hacía la gente al encontrarla. Alan Cohn y sus colaboradores, según narró por Twitter la periodista, encontraron que el 40% de las carteras se intentó devolver al propietario (las tarjetas en la misma lo identificaban fácilmente y con dirección de correo electrónico). Es más, se devolvían más aquellas que tenían algo de dinero y más aún las que tenían una cantidad elevada de dinero. En parte, se especulaba, porque nos ponemos en el lugar de quien tiene la pérdida. En parte también porque sabemos que está mal quedarnos con algo que alguien ha perdido y que llegado el caso podrían pillarnos en el delito. Se vio que no en todo el mundo se obra igual, que hay lugares donde la empatía o el miedo no ganan a la maldad. Pero los humanos somos buenos con los otros humanos. Hay semanas con tanta maldad que intento recordármelo para consolarme un poco de tanta mala gente. No lo consigo, pero lo intento, de verdad.