comienzos de año la gente suele hacer promesas. Es un ritual social que materializa, de alguna manera, el deseo de que el nuevo año sea mejor. Este 2021, viniendo de donde venimos, no está la cosa como para ponerse muchas metas: circulaba por las redes un deseo muy gracioso (y terrorífico a la vez) de que el nuevo año resultara ser normal y corriente. Se suele invocar al "efecto del punto de partida" para entender cómo las resoluciones que se toman en un momento señalado funcionan mejor precisamente por facilitar un arranque como si todo comenzara de nuevo. Leía una investigación publicada hace dos semanas en la que analizaron a 1.066 personas que se habían prometido algo a comienzo de año. Tenían más éxito si la promesa se había formulado como algo positivo o transformable en una acción (voy a tomar 3 piezas de fruta al día) que si era un compromiso negativo (no voy a fumar). El factor fundamental de éxito, en cualquier caso, fue contar con apoyo de otra persona para cumplir el objetivo. Por cierto que ese apoyo debía ser constante, porque una ayuda circunstancial de tu entorno no aumenta tus probabilidades de éxito.

Para colmo no todo es tan sencillo: menos de un 20% de la gente mantiene su promesa al cabo de un año. Y las primeras semanas son fundamentales porque una cuarta parte de la gente abandona antes de Reyes y al cabo de un mes poco más de la mitad sigue en el empeño, aunque los diversos estudios varían mucho en esta apreciación del porcentaje de cumplimiento. No es raro: lo mejor es hacerse promesas razonables y poderlas adaptar a las circunstancias. ¿Recuerdan al controlador aéreo encarnado por Lloyd Bridges en Aterriza como puedas declarando que había elegido un mal día para dejar de esnifar pegamento? Pues algo así. Además, mejor hacerlo en positivo y acompañado.