on lo del cambio de la hora ya sólo nos preguntamos: ¿pero esto no se iba a haber acabado ya? Pues no, ahí seguimos, y seguiremos porque nadie parece tener excesivo interés en corregir esta costumbre que no sirve para ahorrar energía aunque tampoco causa tantos problemas que podamos decir que es algo de salud pública. Al final, como la tradición tiene la excusa de que se viene haciendo desde hace mucho, la inercia es enorme. Y sabemos que la inercia de seguir haciendo algo estúpido es uno de los más seguros motores de la humanidad. Sí, realmente el horario de nuestras vidas viene determinado más por la jornada laboral, por la costumbre social y el prime time de las televisiones. Eso permite que mantengamos un desfase con el resto de países europeos bastante notable. Como dice el físico (y buen amigo) Joaquín Sevilla, es cosa del uso horario, sin hache. Y lo pretendemos arreglar cambiando la hora del huso horario y no es lo mismo. Como no es lo mismo la duración del día de las regiones septentrionales frente a las meridionales, ni un horario laboral que tan poca conciliación permite. Luego, claro, está el Sol moviéndose educadamente por el cielo y haciendo que los días se hagan más largos, la temperatura mejore y todo eso que se repita año a año. Y tampoco se corrige con un cambio de hora, de verdad, para nada.

Cada vez que se menciona el verbo flexibilizar sabes que te están echando la mano a la cartera. Más horas y menos dinero o menos derechos. Y ya llevamos un par de días con esa sensación rara de que nos han pegado un empujón en las horas de sueño que no sirve para nada. Hasta el otoño, cuando con idéntica inutilidad volveremos a hacerlo al revés. Somos definitivamente una especie imbécil. ¿Que no? Intenten descubrir quién está detrás de todo este meneíllo de lo de la hora. Quizá no lo sepan ni ellos.