o pude ver completa la entrevista de Jordi Évole a José María Aznar. Mi estómago no da para tanto. Algún acertado comentarista decía ayer que si hubieran colocado al expresidente un detector de mentiras, el aparato habría estallado en mil pedazos al cuarto de hora. Que a estas alturas Aznar siga intentando sembrar dudas sobre la autoría de los atentados de Atocha o ni se ponga rojo cuando niega la corrupción del PP dice mucho de este personaje tan encantado de conocerse como el del domingo ante las cámaras. Entre tanta falsedad y tanta autocomplacencia, sorprendía una verdad: "Si el que representa la institución no la respeta, ¿por qué lo van a hacer los demás?". Hablaba, claro, del rey emérito y de la corona. Debe de resultar descorazonador para un monárquico convencido como no dudo que será Aznar ver chapotear en el barro a la persona que ha ostentado la jefatura del Estado durante 40 años. El que fuera presidente del Gobierno marca ahora distancias con el fugado a Abu Dabi. Otros siguen contándose entre los que el articulista de un diario digital calificaba el otro día de "juancarplanistas". Gentes que a pesar de todas las evidencias, siguen reivindicando la figura de Juan Carlos I, exculpándolo por su pretendido papel como "salvador de la democracia". Lo hicieron la semana pasada, con el PSOE a la cabeza, a cuenta del último aniversario del 23-F, a pesar de las cada vez más abundantes publicaciones que ponen en cuestión la versión oficial de lo sucedido aquellos días. Si pretendían convencer a alguien que no lo estuviera ya, el campechano lo jodió todo tres días después con la noticia de la regularización de más de 4 millones de euros suyos con la Hacienda estatal. Los "juancarplanistas" seguirán sin preguntarse de dónde ha salido y de dónde sigue saliendo tanto dinero. La gente normal, la verdaderamente normal, se preguntará cómo es posible tanta jeta y tanta impunidad.