Como tantos miles, cientos de miles de personas y seguramente me quedaré corta, yo también voy dejando por ahí un mensaje que dice más o menos: “Si me pasa, si he dejado de ser yo, por favor, como no podré, haced que todo acabe”. El mensaje así formulado tiene especificaciones que bajan al detalle en lo que se refiere al tiempo previo, meses o mucho más, conforme voy viendo, voy conociendo, voy cumpliendo años. Creo que forma parte de mi responsabilidad con quienes eventualmente han de sostenerme en ese momento. Lo digo pero sobre todo me lo digo porque tal como estamos ni quiero ni puedo exigir que mi entorno elabore riesgosos pactos privados al margen de la ley.

Solo expreso un deseo ciudadano mayoritario sin respaldo legal, una muestra de desconexión de los partidos con la vida real, lo hablábamos el otro día. Comentábamos que hacía falta movilización ciudadana, pero estas cuestiones no suelen sacar a la gente a la calle. Por regla general, cuando se hacen evidentes familias y amistades están inmersas en largos procesos de cuidados y despedidas que no dejan energía para ejercer presión pública y organizadamente. La muerte, que durante la niñez parecía un acontecimiento súbito y conforme la entendemos más cercana desearíamos que fuera así, repentina e indulgente, exige a menudo un trabajo ímprobo, excesivo y deshumanizador. El testamento vital es por ahora apenas una reivindicación sin mayores consecuencias, una declaración de principios.

Estaría bien que la previsión personal sobre la forma, el momento y las condiciones del final de la vida fuera un apartado más en la historia clínica, tan normalizado como cualquier otro, algo que nos preguntara el personal sanitario al igual que indaga en nuestros hábitos de sueño o nuestras alergias, algo que pudiéramos matizar conforme vemos, conocemos, vamos cumpliendo años.