i lo vuelvo a ver, le diré que me gustó su actitud. Puede que le resulte algo extraño, a mí también me costará pararle porque no lo conozco de nada, mejor si va solo, pero igualmente sospecho que no desistiré de hacerlo aunque vaya acompañado. Perdón, le diré, te quería comentar una cosa. Como ha dado muestras de amabilidad, me escuchará y el resto será fácil. Le recordaré que cogió la villavesa en la misma parada que yo y que poco después de acomodarnos, él de pie, yo sentada, entraba una señora que no tuvo tiempo ni de agarrarse ni de sentarse antes de que el autobús se pusiera en marcha. En esas estaba, avanzando, cuando un pequeño frenazo le hizo perder el equilibrio y se cayó. Se dio un golpe en la cabeza, al menos el más llamativo. Por unos segundos permaneció en el suelo y varias personas, entre ellas él, le ayudaron a sentarse y le aconsejaron que fuera a urgencias. Era un golpe en la cabeza, le dolía, igual solo era un buen chichón, pero no estaba de más asegurarse. El conductor ofreció llamar a una ambulancia. Un senado espontáneo lo desestimó porque la señora estaba perfectamente orientada y porque valoró que, dado el recorrido que iba a realizar, la villavesa la conduciría a su destino antes que la ambulancia. Dos o tres pasajeros le daban conversación discretamente. Poco antes de la parada del Hospital, él le dijo que la acompañaba. Ella contestó que no hacía falta, pero él insistió y se bajaron juntos. Qué majo, pensé. Y conmigo supongo que el pasaje circundante. Un ciudadano que cambia sus planes, que cede su tiempo, que se hace cargo. Muchas veces, al escribir ciudadano me bailan los dedos y sale cuidadano. Él lo ha sido. Me gustó presenciarlo.