l 28 de junio de 1914 Gavrilo Princip, un bosnio de 19 años, asesinó en Sarajevo al archiduque Francisco Fernando y a su mujer. Aunque formaba parte de una trama conjurada para hacerlo, el desenlace tuvo lugar por casualidad. Coincidió y disparó. El avispero de los Balcanes volvió a agitarse décadas más tarde y la ciudad se convirtió en el paradigma del horror. El 1 de septiembre de 1939, Hitler tomó Danzig -en los ochenta, con su denominación polaca, Gdansk, volvimos a saber de ella por Solidarno?? y Walesa-. Con textos similares comenzaban los temas sobre la Primera y la Segunda Guerra Mundial que estudiamos hace ya tanto y que diferenciaban los detonantes de los antecedentes. Los primeros son sucesos datables en el tiempo y situados en un espacio concreto, los segundos entrañan largos procesos de posicionamiento y desencuentro, conflictos de intereses, utilizaciones arbitrarias y sostenidas de la fuerza, alianzas preventivas y equilibrios frágiles que acaban estallando. Las guerras y sus batallas desde Borodinó al Ebro, Pearl Harbor o Galípoli han construido nuestros mapas mentales y el hilo de la historia.

Estos días he buscado un viejo libro subrayado y especulo con miedo sobre el reflejo que tendrá en unos años en los manuales escolares lo que estamos contemplando. Veo las noticias y busco información y como cuando estudiaba esas lecciones, me pregunto por qué la claridad con que se dibujan los trayectos hacia las contiendas no sirve para impedirlas. La pregunta es tan simple que da vergüenza escribirla, pero es lo que hay. Eso y que cada vez tengo más claro que esa frase que postula que la ignorancia de la historia aboca a repetirla no es tan cierta como el énfasis con que suele esgrimirse sugiere. La gente que puede decidir qué será historia la conoce perfectamente.