oy hace un año que se estableció el estado de alarma. Ha sido un año duro -para algunos, durísimo- y eterno. A toro pasado, miras a la persona que eras en marzo de 2020 y adviertes a una ingenua que se metió en casa con la convicción de que esto lo arreglábamos entre todos en unas semanas y segura de que la pandemia sería pronto una anécdota del pasado. Y aquí estamos, hartos; si llueve porque llueve y si sale el sol porque hace una tarde estupenda y hay tan poco que hacer en la calle... Discutiendo sobre cuántas terrazas caben en el Casco Viejo de Pamplona y alrededores antes de que una parte del vecindario, ésta sí que harta, les prenda fuego, al mismo tiempo que muchos negocios bajan la persiana y su ruina nos empobrece poco a poco a todos. Tras un año atroz, los enfermos se cuentan ahora por decenas, la tasa de positividad está en el 3,5% y, conforme la vacuna se acerca, vemos alejarse nuestra paciencia: sólo en quince días el número de denuncias por incumplimiento de las normas de seguridad sanitaria ha aumentando un 37% en la capital. Dado que cada vez nos cuesta más respetar las reglas, recomiendo pasarse por la sede del Parlamento para contemplar la exposición-crónica que los fotógrafos de prensa han organizado. Todo lo que el hartazgo nos hace olvidar, está allá retratado.