A la de Hortaleza, Madrid, me refiero, la que alguien tiró en el jardín de un centro de acogida de menores, los Menas, los execrados, los temidos Menas, y otros muchachos en riesgo de exclusión social y desamparo. Un centro que presenta desde hace años unas deficiencias de origen institucional que no sonrojan a nadie, ni siquiera a quienes han puesto el grito en el cielo por la poco clara historia de la granada porque por mucho que se rasguen las vestiduras, a otra cosa, que de eso se trata: indignación, escándalo, barullo mediático... nada. El asunto de fondo sigue sin solucionarse.

Ahora mismo sobran (digamos con sarcasmo), los educadores, pero no porque no sean extremadamente necesarios, sino porque no pueden hacer su trabajo, porque falta espacio, porque los menores duermen tirados en los pasillos -se han publicado fotos-, porque no hay condiciones y porque en la práctica se está convirtiendo un centro de acogida en un retén, en un pudridero social. Los educadores del Centro de Primera Acogida de Hortaleza han denunciado repetidas veces en los últimos años una situación de masificación que hace la vida diaria en el centro poco menos que insostenible; y no solo educadores, sino vecinos que prestan ayuda y se ocupan de algunos chicos. Sin resultado.

Para alguna fuerza política que acudió a la puerta del centro a berrear crueldades y patrañas (Monasterio), no se trata de solucionar el problema, sino de impedir que se produzca el motivo que para ellos lo genera: la inmigración, plato fuerte de sus soflamas, demonizándola en general, suscitando un clima de xenofobia que pide medidas policiales de fuerza contra ellos. Sucede también en otros lugares donde enoja más la presencia de inmigrantes que las condiciones deplorables de vida (y trabajo) que tienen.

No me creo que un menor salga de sus país, llegue a este como llegue, con intención de que le den un móvil gratis, drogarse y delinquir. En un país que debe de tener dinero, porque si no, no se entiende que se haya saqueado a placer, sorprende que no se pueda arbitrar soluciones de alcance. El problema no son los berridos, desplantes e indecencias de cara a la galería de VOX o del PP, sino quien mantiene esa situación porque no consigue o no quiere ampliar esos servicios para una demanda cada vez mayor, que no pueden atajar. Es una realidad: llegan cada vez más menores no acompañados y se quedan, y crece el número de menores con problemas de violencia y abusos que también están en ese centro y son españoles.

Hay vecinos que se quejan de vandalismo, hurtos, tirones, droga (esnife de pegamento), por parte de muchachos del centro; hechos que de manera habitual ocupan más espacio informativo que las carencias y la vida de los menores en su centro de acogida, porque esas noticias tienen más impacto y sirven a los intereses políticos de quienes piden medidas autoritarias más que sociales para atajar esa inseguridad ciudadana que acaba siendo argumento de políticos asociales.

Si repulsivas han sido las negativas de la derecha a condenar este hecho y lo que con él va, por lo que al racismo y la xenofobia se refiere, más lamentables y tristes me han parecido los comentarios que he leído de algunos vecinos de los barrios colindantes al centro -barrios de origen obrero e inmigrante-, en el sentido de que poco ha ocurrido para lo que podía haber ocurrido (como dando a entender), y que estos problemas en otros tiempos se arreglaban de otra manera (que prefiero no saber). Con otros tiempos deben referirse a cuando buena parte de la zona era un barrio de aluvión de infraviviendas, descampados, chabolas y jeringuillas, que poco tiene que ver con la Hortaleza actual de mucha actividad vecinal solidaria y activa.

La xenofobia es instintiva y quien la padece no siempre la reconoce. Quien la azuza sabe qué resultados conseguir con ello. Y esa es una granada que no necesita de espoleta alguna para estallar a fecha fija.