Hay gente que se afana en su labor diaria con profesionalidad, empeño, interés, ardor, energía, alegría... Los hay cumplidores, efectivos, aplicados o suficientes. También están -claro- los imprecisos, incompetentes, serviles o dados a pulular alrededor de sus responsabilidades. En la categoría superlativa anidan los que empeñan el corazón en su quehacer. No hay más que darse una vuelta por esa legión de oenegés que suplen con tesón e ilusión una labor altruista que los recortes de los políticos han dificultado en lo material pero ensalzado en lo espiritual. Otros tienen nombre y apellidos. Y se dejan el corazón, prácticamente de manera literal y física en su profesión. Es el caso del juez sevillano Joaquín Sánchez Ugena, presidente de sala de la Audiencia de Provincial, que se dejó la vida en su despacho impartiendo justicia y que falleció de un infarto. Hasta aquí todo normal, pero Joaquín, la antítesis del lapidario “la justicia es un cachondeo”, le ponía tanto corazón a su desempeño que daba que hablar en los juzgados porque trabajaba mucho y bien. Tanto es así que, a sus 67 años, no era raro verlo en su puesto sin ir a comer, los domingos o pasada la medianoche. Un ejemplo que sus compañeros han ensalzado con la exigencia al Poder Judicial de que se reconozca que falleció a causa de la carga de trabajo que soportaba y la entrega con la que la afrontaba. Martín Monreal es otro de los que le ponen demasiado corazón a su ardua tarea. No había más que ver con que ímpetu cogió a Osasuna, el desmesurado esfuerzo por motivarlo y al propio entrenador echando los higadillos en el césped de Tajonar con sus jugadores jadeando. Su paso por la clínica ha sido, afortunadamente, solo una anécdota. Que el mismo Martín ha aprovechado para tornar en moraleja para los rojillos. Esperemos su corazón y el de los miles de rojillos no sufra más sobresaltos, que menuda temporada llevamos, tanto en los despachos como en la hierba. Aunque va ha hacer falta algo más que corazón para salir de esta.
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