las urnas han marcado claramente el rumbo a los partidos a partir de ahora: hay que hacer otras políticas. Y para ello se necesitan otros políticos. Algunos empiezan ya ha hablar sin pudor de una segunda Transición tras el retorno inexorable a la cultura del pacto. Y quien no lo quiera ver está abocado al fracaso. Líderes como Mariano Rajoy, Rosa Díez o Cayo Lara son el pasado y así se lo ha recordado la ciudadanía en las urnas. Los dos últimos son ya cadáveres políticos y el presidente, tras una campaña plagada de soberbia, autocomplacencia, falta de autocrítica y exceso de corrupción en sus filas ha dejado tan debilitado al PP que ha disparado las alarmas en Génova ante el temor de que la debacle del 24-M sea una jauja comparada con lo que les espera en las generales de fin de año. Los conservadores han dilapidado un poder territorial labrado durante veinte años y han visto esfumarse 2,5 millones de votos y jugosas mayorías absolutas difíciles de reconquistar en décadas. Y los aspirantes a suceder a Rajoy al frente del PP ya están moviendo los hilos del guiñol conservador para cambiar de títere. Por su parte, Pedro Sánchez ha visto prorrogada su oportunidad de demostrar su valía al frente de un PSOE caduco gracias a los pactos de izquierda. Mientras, la derecha y la izquierda se ha refundado en Ciudadanos y Podemos, respectivamente, que sin las ataduras de los aparatos de los clásicos partidos han aprovechado el carisma más que emergente de sus líderes para atraer riadas de votos jóvenes. La franja de votantes de menos de 40 años -los que más han soportado el peso de la crisis y los que ven más nubarrones en su futuro- han sido quienes más han plantado cara al enquistamiento de los dos grandes partidos y les han manifestado sin ambages su radical desacuerdo con su estilo de gestión. La cabeza y el corazón les pedían un cambio de estilo que Albert Rivera y Pablo Iglesias han sabido recoger. Y que, de aquí a las generales, impulsarán a sus formaciones hasta hacerlas determinantes para la gobernabilidad del país. Sobre todo si destierran el revanchismo, el sectarismo y el frentismo de las nuevas responsabilidades que les han conferido las urnas.
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