Los principales líderes políticos acudieron anoche al primer debate a cuatro con el indisimulado objetivo de llevarse a su zurrón un buen puñado de votos de ese 30% del electorado que, señalan los expertos, aún no tiene decidido a quién apoyar el 26-J. Es un buen filón en parte desaprovechado en un cara a cuatro encorsetado y con poco ritmo televisivo, escasas propuestas novedosas y sucesión de monólogos y lugares comunes pese a la insistencia de los tres periodistas moderadores. Rajoy volvió a mostrarse a la defensiva, fiándolo todo a la economía y autocomplaciente en exceso. Espeso y sin punch, la autocrítica brilló por su ausencia. Y, por su puesto, pasó de puntillas sobre el tema de la corrupción y obviando que durante cuatro años ha tenido mayoría absoluta para aplicar las políticas que -ahora- defiende que van a mejorar el país y sin embargo ha hecho casi todo lo contrario. Iglesias, dominador del medio (centrará su campaña en la televisión y dejará para su guardia pretoriana los mítines) pecó a veces de arrogancia y autosuficiencia al ningunear al resto, especialmente a Sánchez al que trató como si fuera su satélite -todo se andará- a quien no paró de corregir y aconsejar. Sobreactuó, pero se mostró directo con los espectadores a quienes no paró de lanzar guiños de ilusión. Sánchez tardó en entrar en el debate y en hallar su sitio. Repetitivo hasta la saciedad con sus alusiones al fallido intento de investidura, solo tuvo pegada con dos ganchos al costado de Rajoy con el tema de la corrupción y con oro al mentón de Iglesias al acusar al líder de Podemos de intentar apropiarse del espacio socialdemócrata tras aliarse con la principal formación comunista y de ser el principal causante del bloqueo del cambio que obligó a esta nueva cita con las urnas. Rivera, el que más tenía que ganar y menos que perder, se mantuvo todo el debate en la centralidad. Suelto, hábil y punzante en la crítica a diestra y siniestra (de la que excluyó a Sánchez) apeló al lenguaje coloquial para llegar al votante e intentar erigirse en abanderado de la nueva política. Si alguien esperaba buenos argumentos, altura de miras y políticos de enjundia, habrá asistido a un debate inútil.
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